BOA: An oasis in Sanhattan

Antes iba siempre a donde me invitaran, me salía de mi dieta y muchas veces me pasaba por cualquier parte el hecho de comer puras cochinadas. Me invitaban, iba y punto, había que estar, pega era pega.

Pero ahora me boté a chora, porque la verdad es que creo que es muy cara de palo escribir de una dieta y vivir comiendo distinto, no puedo andar por la vida recomendando cosas que no como. Si bien es poco lo que como en el día a día, si me salgo, elijo o algo súper rico o una opción “paleoish”.

Fotografía: Paula Zuvic

 

La semana pasada me invitaron a probar un restaurante nuevo llamado BOA. Una verdadera joyita en el corazón de Sanhattan. Es más, siempre me llamó la atención por su estética y packaging, desde que hizo sus primeras apariciones por las redes sociales, pero por cómoda y sumamente floja aplacé con todo la visita. El lugar no me queda muy cerca y estoy mal acostumbrada a trabajar en la paz idílica de la Casa Kuk.

Pero sorpresa para nosotras, con la Paula llegamos sin saber qué esperar, pero a medida que íbamos subiendo esa escalerita media clandestina el ruido de Santiago se fue callando, atrás quedó la locura de una de las esquinas más congestionadas de la capital, la gente, el olor y el frío horroroso que tenía.

De entrada nos topamos con la cocina, abierta, amigable y simpática. Un poco más allá una mesa con los libros que toman como referencia para desarrollar los platos del local, una jugada transparente que muestra qué los motiva y a su vez, que hace de un restaurante un poco más un “hogar”, los libros para mi, son sinónimo de casa, amor y preocupación.

Fotografía: Paula Zuvic

 

Más allá nos abrimos paso a un espacio que parecía una suerte de invernadero. Lindo, abierto, iluminado, verde, vintage, tasty y con una estética tan cuidada como la de su imagen gráfica. Son cosas que quizás la gente no aprecia, pero que para mi son clave. Se nota el estudio de mercado que hay detrás de esta propuesta, y el trabajo arduo por aterrizar un concepto que fusiona una suerte de imagen nórdica colorida con un restaurante en un segundo piso de Bedford Avenue en Brooklyn. Si, hipster y muy, precioso también.

Nos instalamos y un par de minutos sus dueños nos fueron a dar la bienvenida, a atender y regalonearnos. La química fue instantánea. No sé cómo ni en qué minuto pasaron tres horas y media. La gozamos, fue como estar sentada en una mesa con amigos, pero era trabajo. Entre todo esto probamos muchísimas cosas, las íbamos fotografiando, la Paula con su guatita gigantesca y yo a pata pelada arriba de las sillas. Menos mal a esa hora ya se había vaciado y nadie se dio cuenta de lo locas que somos más que los dueños.

Fotografía: Paula Zuvic

 

La verdad es que me acuerdo y siento como si la mesa hubiese girado todo el almuerzo, el lugar vibra con una buena onda tan rica, un calorcito maravilloso, tiene sillas lindas, guirnaldas de luces que le dan un aire festivo y veraniego, ese techo de vidrio que cierras lo ojos y te puedes imaginar cómo se vería la noche Santiaguina si solo abriese en la noche… Ah, las plantas, tanto verde, mirar Avenida Vitacura pero no escucharla. Describir la sensación a cabalidad me cuesta bastante, pero solo puedo decirles que una mujer mañosa como yo estuvo más que a gusto en este lugarcito.

Primero partimos con las bebidas, la mía se llamaba Fresa, un café cold brew con frutilla y albahaca, solo puedo decir MIERDA, lo amé. Y no me tomé uno, sino que dos, el tiritoneo de manos al final era tremendo. También probamos otro jugo que era con maracuyá y mate, no me acuerdo bien qué tenía, pero muy rico, un manejo súper bueno del sabor fuerte de esta hierba.

Después pasamos directo a pedir los platos de fondo, pero jamás poder aguantarme… Tuve que pedir una entrada que eran unas croquetas de lentejas. Sonaban más ricas que la cresta, y la verdad es que cuando nos llegaron no desilusionaron porque estaban tremendas. Es más, cuando nos contaron que la carta iba a cambiar, mi corazón se rompió un poco sabiendo que era la primera y última vez que las iba a comer.

Fotografía: Paula Zuvic

 

Para los fondos pedimos una variedad importante. Un bowl de verduras con quinoa que estaba realmente rico. La Paula pidió una sobrecostilla cocida al vacío durante no me acuerdo cuánto tiempo, con un puré de zapallo, papas bruja y salsa de betarraga. Yo pedí unos noodles con curry, zapallo, champiñón y pollo. Lejos lo más rico era la carne, y además era el plato más “paleoish” del menú, pero le di en el gusto a la señorita embarazada. ¡Sin las papas bruja, habría estado perfecto para mi y no me habría ni salido de la dieta!

Los postres eran bien ricos, suave en el azúcar, pero aún así MUY sabrosos. El crumble de manzana con este heladito de plátano fue la perdición, en dos minutos lo hicimos desaparecer. La tarta de yogur y cítricos tenía un sabor muy peculiar, pero rica, fresca y bastante novedosa. Más tarde además nos enteramos que no utilizan azúcares refinadas, así que esa salida de la dieta no me costó TAN re cara, no por las calorías, sino que por la intoxicación de comer cosas tan procesadas que me hace pésimo.

Fotografía: Paula Zuvic

 

¡Gracias Felipito querido por la invitación, estuvo increíble!

Fue un día maravilloso, nos quedamos pegadas, la gozamos, y lo más importante, fuimos TAN felices. Porque al final eso es la comida y un restaurante, estar con los que uno quiere, gozar en torno a la comida, a una mesa llena de colores y sabores. No hay amor más real, transparente y embriagador que ese.

Fotografía: Paula Zuvic

 

Definitivamente les recomiendo este lugar, quizás la comida no sea el gusto de todos, pero es saludable, sabrosa y sumamente estética. Los dueños son unos buena onda, pasen a saludarlos, no se arrepentirán. Es más, dedíquense a probar los cafés y lattes que tienen, la propuesta es amplia y bastante interesante, yo cerré el almuerzo con este chemex que estaba deli y presentado maravilloso. Aquí abunda el buen gusto y se nota el ojo que tienen en cada detalle. Porque en los detalles también está la felicidad.

Fotografía: Paula Zuvic

 

Si les gusta comer rico, sano, sabroso y en un lugar maravilloso, no pueden dejar de conocer el BOA, quizás el único oasis en el corazón del congestionado y agotador Sanhattan. Una suerte de invernadero lindo, acogedor, verde y luminoso que me invitó a instalarme como si fuese un domingo cualquiera en pleno Brooklyn…

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